Vivir del arte es posible: malabares de semáforo
Por Jaqueline Nava
Las calles de Ciudad de México (CDMX) son el escenario de quienes prefieren la libertad y autenticidad por encima de la seguridad, el confort y lo cotidiano. La decisión no tiene que ver con el aspecto económico, de hecho, la ganancia está por arriba del salario mínimo.
Armando, artista urbano desde 2019, es muy dichoso laborando
en algo que ama. Se considera valiente por elegir, pese a las adversidades, lo
que le apasiona. El malabarismo le dio la oportunidad de expresarse mediante su
cuerpo, de encontrar la armonía de la mente gracias al equilibrio corporal.
Su labor le aleja de un jefe que se enriquezca con el
esfuerzo ajeno, de horarios que aten y de impuestos.
Más de 2 millones de trabajadores se desempeñan en el sector informal en el centro del país, según los datos más recientes de la Secretaría de Desarrollo Económico.
La calle, caótica y peligrosa, es su escenario. El joven se ha enfrentado a vehículos que se creen con el derecho de atropellar, riñas con otros trabajadores (vendedores y limpiaparabrisas) y ante la policía. Aunque el espacio es público se trata de un acto ambiguo para la ley.
El malabarista encuentra único cada uno de los 25 mil 286
semáforos de CDMX.
Generalmente, la luz roja dura 95 segundos durante el día y
80 de noche, suficiente para su performance.
“Yo sé que nadie quiere parar en un sema, nadie quiere
que le toque, odian perder tiempo; entonces para mi significa cambiarles el momento,
maravillarlos” comentó Armando.
Desde el 2017, cifras de la Organización Mundial de la Salud indicaron que los mexicanos son las personas más estresadas del mundo debido a su empleo.
El sueldo nunca es exacto. Se puede ganar $50 pesos en una
hora o $200, todo depende del acto, del autor, del lugar, del público y de la
fecha.
No solo se han recibido gratificaciones en efectivo, sino
también en especie, desde comida hasta la realización de tatuajes, pasando por
ropa, pulseras y bebidas alcohólicas.
Él disfruta enormemente de las palabras, los aplausos y las
caras de asombro. Entre sonrisas, Armando contó “me han dicho que yo debería
estar en el Circo Soleil, que le doy bien padre, que cómo le hago”. Las
conexiones con las personas rompen la rutina.
Y es que, qué tan impresionante debe ser el espectáculo como para que una audiencia producto del azar se decida a pagar por arte.
No todo se trata de la ganancia, la inversión también
representa un factor importante. Una fotografía con $10,000 pesos
aproximadamente.
Clavas, machetes, pelotas, cuerdas fojas, sombrillas, el
sombrero especial para hacer trucos circenses; aunque pueden hacer malabares
con cualquier objeto, se prefiere el uso de los que son especialmente diseñados
para ello.
La camaradería existe. Oscar (izquierda) y Armando se
conocieron trabajando, lo que tenían en común lo transformaron en amistad.
Oscar llegó por casualidad a la parada, tras un cálido
saludo después de años de no verse, decidieron intentar un truco juntos, un
poco de prueba y error hizo que crearan algo nuevo.
La historia de Armando tiene que ver con muchos otros
artistas callejeros.
Se trata de un trabajo muy físico, el desgaste es
enorme. El estigma social y la constante necesidad de renovación son otros de
los retos.
De hecho, suelen huir de las rutinas, por eso mismo siempre
están creando nuevos trucos. Armando tiene la cuerda floja, es su acto más
aplaudido, el que le genera más dinero y el que lo deja más agotado.
La actividad está lejos de poderse comparar con pedir limosna, basta con ver como se termina tras una jornada laboral.
Este
año, una encuesta realizada por Online Carreer Center Mundial (OCC Mundial) detalló que aproximadamente el 75%
de los mexicanos profesionistas no está satisfecho, ni feliz con su actual
situación laboral.
Armando celebra la vida y la muerte por igual, por eso
decidió cada día hacer lo que disfruta. Camina entre los carriles de los autos y
se sabe pleno. Él sueña con inspirar a todo el que lo vea, no para que también
malabaree, sino para que persiga sus propios sueños.


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